La historia viaja en el tiempo. Viene y va. Aparece y desaparece, pero siempre está en mi mente para volver en el relato y que más gente la conozca.

Por Hernando De Cillia | @hdecillia

Giuseppe Moscati www.osteriadacarmela.it
Giuseppe Moscati, un médico sanador.

Esta historia tiene cerca de veinte años. El tiempo y los recuerdos sanan. Y por supuesto, la fe de la gente aún más. Por esa época yo era encargado de Farmacia Salvador, ubicada en la zona céntrica de Buenos Aires, sobre la Avenida Callao, a unas cuadras del Congreso Nacional.

Por mi puesto de trabajo estaba en permanente contacto con la gente, que llegaba con diversos problemas y enfermedades. El mostrador principal estaba lleno de estampitas de santos y vírgenes de distintas partes. Había de todos lados y orígenes, hasta la Virgen de Yugoslavia lucía en un sector central, ya que los clientes empezaron a regalarlas y al ver si estaban o no, ofrecían las suyas para que las peguemos en los mostradores como una muestra de buena fe.

El mostrador con estampitas de santos y vírgenes de distintas partes.
El mostrador con estampitas de santos y vírgenes de distintas partes.

Un día entró a la farmacia una mujer que no conocía, a la que nunca había visto. Me preguntó cómo era que teníamos tantas estampitas en el mostrador de una farmacia. Le expliqué que la gente las regalaba de buena fe, para que las tuviéramos como en una especie de santuario, y que además, nosotros las recibíamos con mucho gusto.

La estampita de un médico sanador

Fue allí cuando la mujer me comentó: “Yo le voy a dar una estampita de un médico sanador que se llama Giuseppe Moscati, pero antes le voy a contar una historia”.

“Hace un tiempo yo tenía cáncer –comenzó el relato de la mujer- y tenía que pintar mi casa. Nos habían recomendado un pintor, pero él nunca podía venir. Hasta que un día mi marido me dijo que lo había llamado y que por fin iba a venir. Que él no iba a estar, pero que lo recibiera para que nos pasara el presupuesto”.

“El pintor visitó nuestra casa para observar de qué se trataba el trabajo y antes de irse me preguntó: “¿qué le parece si el lunes le traigo el presupuesto y nos ponemos de acuerdo para comenzar el trabajo?”. Yo le contesté que ese día no podía, que me tenía que hacer una de las sesiones de quimioterapia porque estaba en tratamiento por una enfermedad”.

“Cuando le dije eso –prosiguió la mujer-, el pintor me observó fijo, con una mirada tan penetrante que me hizo sentir rara». 

-Señora, discúlpeme, me dijo- ¿usted conoce a Giuseppe Moscati? 

-No -le contesté-. Y por dentro pensaba: ¡Para que le comenté que estaba enferma! ¿Será un borracho este hombre que me nombró algo parecido al vino moscato? -imaginé con temor-. 

La historia de Giuseppe Moscati

 La estampita de Giuseppe Moscati.
La estampita de Giuseppe Moscati.

Entonces, el pintor me preguntó si podía contarme una historia sobre Giuseppe Moscati, un médico sanador que los había ayudado mucho a su familia en su infancia.

“Yo era chico y vivíamos en Italia con mi familia –comenzó el relato del pintor- y tenía un hermano que estaba muy enfermo de cáncer y casi desahuciado. Una de esas noches fue terrible para él y todos nosotros, casi no pudimos dormir por lo mal que estaba. No recuerdo cómo nos llegó, pero por intermedio de un conocido nos recomendaron la estampita de Giuseppe Moscati, que había sido un médico sanador. Le dijeron a mis padres que esa noche hicieran dormir a mi hermano con la compañía de esa estampita, y así lo hicieron”.

“Al día siguiente –continuó el pintor- mis padres llevaron a mi hermano al hospital para que les aconsejaran qué hacer ante el terrible mal que tenía. 

Luego de hacerles los controles, el médico pidió hablar con mi padre y le preguntó: ¿Para qué lo trajeron? ¡Este chico no tiene absolutamente nada! 

¡Imagínese el asombro de mis padres! –dijo el pintor-. ¡Había sido un milagro! ¡Mi hermano, la noche anterior, estaba totalmente desahuciado!

Un viaje a Italia para agradecer

Así que le voy a dejar esta estampita de Giuseppe Moscati que traje desde Italia –le indicó el pintor- con una condición: si usted se cura viaje a Italia para agradecerle, vaya a la tumba de Moscati”. 

“Entonces el pintor me dio la estampita –continuó la mujer- me dijo que durmiera con ella y me saludó tomándome de las manos, con una fuerza tal que me hizo sentir rara y una mirada tan penetrante que me hizo ruborizar.”

“El lunes siguiente fui a hacerme los estudios para las sesiones de quimioterapia. Después de los controles el médico me llamó y me dijo: “Señora, la felicito. Esta fue su última sesión, por ahora vamos a suspender el tratamiento, porque usted está curada”. ¡Imagínese mi asombro! –dijo la mujer-. Y desde esa vez nunca más tuve problemas”. 

“Cumplí con lo que me dijo el pintor –me contó esa señora-. Fui a Italia para agradecer a la tumba de Moscati. Y de allí me traje las estampitas bendecidas, como él me lo había pedido. Así que le dejo esta a usted, para que la ponga en el mostrador, porque no sólo me ayudó a mí, también a una amiga que se curó luego de un viaje a los Estados Unidos para ver a su hijo. Siempre con la compañía de Moscati».

El mostrador de la Farmacia Salvador

Le agradecí a la señora por su relato, que la verdad, me había impactado. Y puse la estampita de Moscati en el centro del mostrador. 

A esa mujer nunca más la volví a ver ni recuerdo su rostro. Creo que era de la Provincia, porque en el algún momento me dijo que venía de lejos. No tengo idea de cómo se llamaba, ni tampoco desde dónde venía.

Lo extraño fue que en esos minutos en los que me contó la historia nadie entró en la farmacia. Porque más allá del tráfico habitual que había en la Avenida Callao o del continuo entrar y salir de la gente, nadie nos interrumpió ni escuchó el relato de esa mujer. Solo Moscati fue testigo de aquellas palabras, que de ahí en más ocupó el centro del mostrador como testimonio de que aquella historia había sido cierta.

Moscati, un referente silencioso.
Moscati, un referente silencioso.

Pasó el tiempo y la estampita de Moscati seguía en el medio de la escena, como referente silencioso de todos los que pasaban por allí. Entre las más variadas imágenes de santos y vírgenes que seguían sumándose desde todos  los rincones del país y del mundo.

Un día llegó un cliente llamado Carlos, de unos 45 años, que caminaba con un bastón. Nosotros lo conocíamos, pero asombrado por verlo así me animé a preguntarle: ¿Qué te pasó? Y él me contestó: “Me acaban de decir que tengo leucemia”. 

Con mis compañeras de trabajo nos quedamos helados. Le dijimos que contara con nosotros, que si necesitaba algún medicamento no se preocupara, que ante cualquier dificultad se lo llevaríamos a su casa. Nos agradeció y se fue.

El tiempo transcurrió y la imagen de Moscati continuaba en el mostrador principal. La gente siempre preguntaba por qué habían tantas estampitas. Nosotros les decíamos que los clientes las dejaban, porque querían que las de ellos también estuvieran allí. 

Una tarde un señor señaló a Moscati y preguntó: ¿Quién es este, que no lo conozco?

Entonces hice memoria y empecé a relatar esa historia que tanto me había impresionado. Como había pasado tanto tiempo no la recordaba muy bien, mis compañeras se reían porque realmente tenía que hacer memoria para no olvidarme de cada detalle. Entonces pensé y pensé, y poco a poco aparecieron los recuerdos de aquella historia increíble.

Pero mientras la contaba y se me aclaraban los detalles de lo que había dicho aquella mujer, se me apareció la cara de Carlos y la situación por la que estaba atravesando. Entonces, en voz alta dije: ¡Por qué no le damos la estampita! Mis compañeras pensaron lo mismo, aunque una de ellas se preguntaba si no le iba a molestar, que tal vez no era católico. Nuestro cliente, que ya era parte de la decisión, nos alentó y nos dio confianza: “¡Hay que dársela, por favor! ¡La estampita mal no le va a hacer, es una obra de buena fe!”.

Una estampita como muestra de fe

Pasaron los días y nosotros esperábamos que algún día volviera Carlos. Así fue como regresó una tarde, asumiendo los contratiempos de esa terrible enfermedad y las consecuencias de lo que le producía la quimioterapia. 

Entonces pedí hablar con él. Lo llevé hacia un costado de la farmacia y le pregunté si era católico. Me dijo que sí, que era fervientemente católico y que estaba en todas las cadenas de oración. 

Entonces le comenté que queríamos entregarle algo, de buena fe. Que era de corazón, y que los tres que trabajábamos en la farmacia habíamos pensado en él para ayudarlo. Pero que antes debía contarle la historia que me había confiado aquella mujer. 

Cuando empecé el relato y mencioné el nombre de quién se trataba, de un médico sanador que se llamaba Guiseppe Moscati, Carlos me frenó. Me tomó de las manos y me dijo: “¡Mirá! ¡Se me está poniendo la piel de gallina!”

Fue tal la sorpresa para ambos cuando me dijo que unos días atrás, desde una de las cadenas de oración que les llegaban desde Rosario, le habían comentado que existía un médico sanador. Que averiguara sobre él, que había hecho muchos milagros. Y que ese médico se llamaba Moscati.

Terminé de narrarle la historia de aquella mujer, retiramos la imagen de Giuseppe Moscati del centro del mostrador principal de la Farmacia, y vimos cómo la estampita y Carlos se iban juntos. El destino quiso que fuera para él. 

Antes le pedí que la plastificara y que no se separe de ella. Que durmiera con la estampita. Así me lo había contado esa señora. La de aquel día, que sólo vi una vez. Que nunca supe cómo se llamaba, ni tampoco recuerdo su fisonomía.  

Así fue como Carlos se llevó la imagen bendecida de Giuseppe Moscati.

Pasaron cerca de tres meses y veíamos esporádicamente a Carlos luchando contra la enfermedad. Cerca de fin de año, una tarde, entró en la farmacia con un aspecto bárbaro, mucho mejor del que tenía las últimas veces que nos habíamos visto. 

Entonces, me animé a preguntarle cómo estaba.

Carlos me contestó que estaba bastante bien, que no le podían hacer tan seguido las punciones de médula, pero que en su última visita al médico, luego de finalizar con todas las sesiones de quimioterapia, en los resultados no le habían encontrado células cancerígenas. Que no era definitivo, pero que en general esos resultados no se veían tan rápido después de las sesiones de quimioterapia…. 

Nos miramos y nos quedamos en silencio. Después, Carlos me dijo: “En realidad, yo sé por qué fue”. Y después de imaginar por dónde venía, le dije que yo también pensaba lo mismo, porqué había ocurrido.

Nos saludamos, Carlos se fue y todos los que estábamos en la farmacia nos miramos. Nos quedamos pensando que una vez más que Moscati había metido su mano.

Quién fue Giuseppe Moscati

Giuseppe Moscati fue un médico que trabajó en Italia, en la zona de Nápoles.
Giuseppe Moscati, un médico que trabajó en la zona de Napoles.

Algunos datos de la historia real de Giuseppe Moscati cuentan que fue un médico que trabajó en Italia, en la zona de Nápoles y murió en la década del veinte. Se ocupaba de los pobres y era muy respetado por la gente. Atendió al cantante lírico Enrico Caruso, que lo visitó cuando ya estaba muy enfermo, y que lamentablemente nada pudo hacer por él, porque ya era demasiado tarde. 

Juan Pablo II lo canonizó en su papado y en Internet se encuentra el texto de su homilía, el día que lo hizo Santo. 

Otra de las historias cuenta que un sacerdote que había sido su paciente y estuvo muy grave lo fue a ver luego de su recuperación. Le contó que quería volver a celebrar una misa. Moscati le agradeció y lo dio de alta para que el siguiente domingo pudiera volver a celebrarla. El sacerdote le dijo que esa misa la iba a ofrecer por él. 

Ese día, Moscati, luego de trabajar muy duro en el hospital le dijo a una de las enfermeras que estaba muy cansado y que iba retirarse a su habitación para descansar. Como Moscati tardaba, la enfermera entró a la habitación y lo vio allí sentado, con los brazos cruzados. Parecía descansar en paz.

Moscati había muerto. 

Moscatti y su historia

Las coincidencias existen o no. Los que tienen fe las llaman milagros. La muerte de Moscati fue en el mismo momento en que el sacerdote volvió a celebrar una ceremonia, agradecido por su recuperación. Y que además, la estaba ofreciendo en nombre de su médico. Esto también fue real.

Leer más: Vivió la II Guerra Mundial, la caída de Mussolini en Italia y emigró en busca de sueños

La historia de Moscati y su estampita también viajaron conmigo. Me llegaron imágenes bendecidas desde Nápoles que las entregué en su momento a quiénes las necesitaban. También acompañó a mi madre en su lecho de muerte.

La historia viaja en el tiempo. Viene y va. Aparece y desaparece, pero siempre está en mi mente para volver en el relato para que más gente la conozca.

Es para creer o no. Todo depende de cada uno. Pero que los milagros existen, nadie puede negarlos. Sino que consulten en la historia de Moscati…


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