Italia en el mundo

Vivió la II Guerra Mundial, la caída de Mussolini en Italia y emigró en busca de sueños: en memoria de Diomiro De Cillia

A 100 años de su nacimiento, el 16 de septiembre de 1922, su hijo, el periodista Hernando De Cillia, lo recuerda con un sentido texto en «Historias sobre Italia».

Por Hernando De Cillia | @hdecillia 

Uno de los barcos que transportaba pasajeros italianos, año 1922 | AGN - Argentina
Uno de los barcos que transportaba pasajeros italianos, año 1922 | AGN – Argentina

Mi padre nació el 16 de septiembre de 1922. Este año se cumplirán cien años de su natalicio. Miro, como le decían, murió en 2013, a pocos días de cumplir 91 años.

Llegó a la Argentina en 1948 en un barco de bandera yugoslava que se llamaba Partisanka, como tantos italianos cargados de sueños e ilusiones, desbastados por la guerra que acababan de atravesar.

A él lo llamo su tío, Leonardo Delli Zotti, que también había escapado de la guerra y la pobreza –y llegado a la Argentina en 1924- para formar una familia lejos de su tierra.

Ellos eran Friulanos, de Udine, bien al norte de Italia, en un pueblito de montaña que se llamaba Treppo Cárnico; como decían habitualmente, “en el confín con Austria y Yugoslavia”.

Miro y su familia

Leonardo, mi abuelo, se casó con Ángela Colucci, mi abuela. Tuvieron dos hijas, Norma y Violeta y se afincaron en Parque Chas, a unos pasos del barrio de Agronomía. Miro era un autodidacta, pintor de profesión como Leonardo, pero no por vocación, sino porque fue la única elección que tuvo para poder salir adelante.

Llegó sin nada, en barco y con una ilusión a cuestas. Aunque nunca olvidó ni perdió su acento italiano. Las cosas de la vida y de las familias de antaño lo llevaron, años más tarde, a casarse con Norma, su prima hermana, doce años menor. Así Leonardo no sólo fue su tío, después, además, fue su suegro.

Diomiro de Cillia
Norma y Miro | Hernando De Cillia

Nombres irrepetibles

Miro se llamaba Diomiro, un nombre único e irrepetible. Que tiene una explicación. Mi bisabuelo fue Giacomo De Cillia, al que no conocí porque falleció un año antes de mi nacimiento y estaba casado con Leonarda Delli Zotti, la hermana de mi otro abuelo Leonardo.

Después de la Primera Guerra Mundial, Italia sufría por falta de trabajo y hambre. En Francia había empleo y mi bisnonno viajó desde su pueblo natal a través de los Alpes prometiéndole a su mujer que, fruto de su trabajo, regresaría con algo de dinero. Es más, llegaba allí recomendado por alguien del pueblo.

Después de un largo viaje, llegó al destino y se presentó como correspondía, con su nombre: “Hola –dijo- soy Giacomo De Cillia y vengo por el puesto de trabajo”.

Diomiro de Cillia con su familia
Diomiro con su familia | Hernando De Cillia

Menuda sorpresa se llevó cuando escuchó la respuesta del que lo recibió: “No, el puesto ya está tomado. Ya vino otro Giacomo a ocupar la vacante”.

Con la cabeza baja y sin el sustento que necesitaba para su familia regresó a Treppo. Allí estaba Leonarda, la mujer de las mil batallas, la que desafiaba a todos y se las arreglaba para hacerle frente a todo, con la venta de su pelo para poder comer. Desde ese momento Giacomo se juramentó que cuando tuviera un hijo le iba a poner un nombre que no se pudiera repetir.

A mi padre lo llamó Diomiro y no le dejaron anotar en la libreta el segundo nombre elegido, que era Güerino. El de mi tío fue mucho más común con el tiempo, lo llamaron Dino Aldo.

El pueblo de  de Treppo Cárnico
El pueblo de Treppo Cárnico, en Udine.

Tan fuerte quedó esa historia en la cabeza de ambos hermanos que con el tiempo los nombres de sus hijos tampoco fueron comunes. Mis hermanas se llaman Eleonora y Alexandra, el mío es Hernando y el de mi prima es Lía.

La Segunda Guerra, en Milán

Mi padre vivió la guerra. Le tocó integrar el cuerpo de la Policía Militar de Milán. Allí vivió la Segunda Guerra Mundial, con muchas cosas que seguramente quedaron guardadas entre sus recuerdos. Sin embargo, algunas me las contó. Y nada mejor que a cien años de su nacimiento salgan a la luz. Como parte de su legado y para demostrar que en el paso por este mundo dejó algo. Aquellos relatos quedaron grabados en mi corazón. Y siempre me dije: “Esto se tiene que conocer”.

Papá tenía muy buena letra y era un tipo muy conectado con el arte. Aficionado por la pintura su estadía en Milán lo llevó a estudiar Bellas Artes en La Scala de Milán. Me contaba que muchas veces se escapaba de los bombardeos para pintar. Guardo varios cuadros de él. Todos sin terminar, según decía, por su alma perfeccionista.

Durante la guerra estuvo en el Departamento de Policía, en un escritorio, gracias a su perfecta caligrafía. Nunca fue al frente. Para colmo estuvo bajo el régimen fascista. Él era un social demócrata, muy alejado de la política de Mussolini.

La vez que tuvo más miedo fue cuando el Principal del Cuartel los convocó a una reunión de urgencia. En tiempo de guerra, en todas las dependencias oficiales, se requisaban las cartas.

Y en Milán, a pesar del contexto, las tentaciones abundaban al igual que en cualquier otra gran ciudad. Entonces muchos escribían a sus familiares o amigos que estaban bien, que las mujeres eran espectaculares y que a pesar de los bombardeos Milán era increíble, que la pasaban bárbaro.

Un grupo de la Policía al frente

Cuando el Capitán los reunió para hablarles, les dijo que esas cartas eran una verdadera ofensa para Italia, una vergüenza, que había gente que moría por la patria: “¿Así que la están pasando bien? -les recriminó- ¿Saben? La Policía Militar todavía no tuvo un baño de sangre en esta guerra. Así que gracias a ustedes vamos a rendir honor a Italia. Enviaremos un grupo de la Policía al frente. Así este cuerpo tendrá su baño de sangre en esta guerra”. Mi padre quedó helado. A él no le tocó, pero muchos de sus compañeros fueron al frente y no regresaron.

Diomiro de Cillia
Diomiro De Cillia

Pero la historia que quiero contar pasó un tiempo después. Papá estaba en un escritorio donde recibían el listado de quienes iban a detener. Muchas veces y tomando el riesgo que llevaba el momento les avisaban a sus familiares: “Díganle que se vaya, lo están por ir a detener”.

Menudo problema tuvo la vez que le robaron el arma. Flor de castigo le dieron, además de tener que pagarla de su sueldo y no poder enviar el dinero a Udine, como las cosas que necesitaban y faltaban, especialmente el azúcar y el chocolate, los manjares más esperados en el pueblo.

Un día llegó al cuartel un detenido que había que trasladarlo hacia otro destino. El Principal encargó la tarea a mi papá y a un compañero. Miro nunca había estado en combate. Ni tenía experiencia. Llevaron al detenido a su destino, que en el camino, les pidió si podía ir al baño. Mi papá y el otro oficial lo esperaron afuera. “Mirá si se escapaba” -me contaba-. Imagínate lo ingenuo que éramos. Tranquilamente se podría haber ido”, me confesó el viejo cada vez que recordaba ese momento.

Un detenido y un pedido especial

Cuando salió del baño aquel hombre le contó sobre su historia. Por qué estaba allí. Le dijo que era farmacéutico y que sabía que ese sería su final, que lo iban a matar. Antes de volver al camino se dirigió a mi papá y le dijo: “¿Le puedo pedir un favor? ¿Podría llevarle todas mis pertenencias a mi madre? Sé que ya no volveré y quiero que ella tenga algo mío de recuerdo”, entre los bienes se encontraba un hermoso reloj de descendencia familiar.

Mi papá, asombrado, le dijo que sí. Agarró las cosas y dejó al farmacéutico en el lugar de destino.

“¿Le puedo pedir un favor? ¿Podría llevarle todas mis pertenencias a mi madre? Sé que ya no volveré y quiero que ella tenga algo mío de recuerdo”

Al otro día, con los pocos efectos personales que quedaron de ese hombre, mi papá fue a la casa de la madre para entregárselos. Le contó lo que había pasado y cómo lo habían dejado en el lugar de detención. Que tal vez nunca lo volverían a ver y que él pidió que le entregara todas sus cosas, a modo de una despedida. La madre lloró, abrazó a mi padre y le agradeció por su deferencia.

Papá volvió al destacamento. Nunca más supo de él. Pero, llamativamente, tampoco me dijo su nombre a través de los años. Nunca supe cómo se llamaba ese hombre.

La caída del fascismo en Italia

Los cuerpos de Mussolini y Petaci exhibidos en una plaza de Milán
Los cuerpos de Mussolini y Petaci exhibidos en una plaza de Milán

La guerra terminó y el fascismo perdió el poder en Italia. A Benito Mussolini lo colgaron de los pies en una plaza de Milán junto a su amante, Clara Petacci. Mi padre estuvo allí. Pero no se hizo muy visible porque tenía miedo que alguien lo reconociera de haberlo visto en la Policía y pensar que algo tenía que ver con el fascismo.

Italia era pura venganza. Los Partisanos bajaban de la montaña y hacían justicia por mano propia. Todo el país era un reguero de sangre, con miles de cadáveres por las calles en busca de superar todos los años que pasaron de sufrimiento. Papá seguía en la Policía Militar, pero ya no estaba bajo el régimen fascista.

Los Partisanos fueron parte de la resistencia italiana contra el régimen de Mussolini. Escondidos en las montañas se organizaron en guerrillas para luchar contra el poder.

"O Bella Ciao" y la resistencia
«O Bella Ciao» y la resistencia

«O Bella Ciao» y la resistencia

Tremendo shock me causó la noche que frente al televisor escuché por primera vez la canción “O Bella Ciao” interpretada magistralmente por El Profesor y Berlín, en la fabulosa serie española, La Casa de Papel.

Me golpeó profundamente porque no la conocía. Llamativamente mi papá nunca me la había mencionado, con todo lo que me había hablado de la guerra y de la resistencia. Por un segundo me pregunté: ¿La conocía? ¡Seguro! –me contesté imaginariamente-.

¡Cuánto hubiera dado por tenerlo al lado y me contara lo que significó para ellos ver a todos esos soldados del viejo ejército italiano, marchar y bajar desde la montaña entonando esa canción!

Una visita inesperada

El tiempo pasó y la guerra terminó. Italia vivía una época de caos y una transición en donde las calles eran el escenario donde se hacía justicia por mano propia.

Mi padre estaba en su escritorio, como siempre, haciendo informes con su letra clara de dibujante y esperando regresar a Udine, su querida ciudad natal.

En una de esas tranquilas mañanas de post guerra el Principal del Departamento ingresó en la sala y se dirigió directo a él.

-De Cillia -le preguntó- ¿vos hiciste algo?

-No, respondió mi padre ¿por qué?

-No sé -dijo el Principal-  en la otra sala hay gente que te busca

Mi papá se levantó del asiento y desconcertado se dirigió a la sala contigua.

El farmacéutico y los partisanos

Cuando abrió la puerta una mezcla de asombro y miedo se apoderó de él. Alrededor de entre 20 y 30 Partisanos lo estaban esperando. Todos armados con sus ametralladoras cruzadas, las barbas muy crecidas y el aspecto de haber estado mucho tiempo fuera de casa.

Uno de ellos, el que parecía la voz mandante del grupo, se adelantó y tomó la iniciativa ante la sorpresa de mi papá. Se acercó y le dijo: “¿No se acuerda de mí?”

Mi padre atónito no sabía quién era y cómo reaccionar: “No”-le respondió-.

Entonces el hombre barbado se le puso más cerca y le dijo: “¡Soy yo! ¡El farmacéutico! Y despojándose de todo prurito lo abrazó emocionadamente.

-¡Vengo a darle las gracias por lo que hizo por mi madre! –le dijo casi a viva voz-.

«Vengo a darle las gracias»

Y le contó que después que lo dejaron empezaron los bombarderos y en un descuido pudo escaparse hacia las montañas. Que estuvo durante años escondido, que resistió y que por fin pudo volver. Que cuando se encontró con su madre fue tal la emoción que se juramentó ir a buscarlo para agradecerle. Que no se imaginaba lo que significó para su familia: tener las pertenencias de un hijo que seguramente no iba a regresar.

Mi padre asombrado, se quedó allí, en medio de todos los soldados que también le agradecieron por su gesto.

Él siempre me decía: “¡Ves lo que es hacer las cosas bien! ¿Imagínate si yo me quedaba con el reloj? Si me vino a buscar para agradecerme tranquilamente me pudo buscar para vengarse”.

“¡Ves lo que es hacer las cosas bien! ¿Imagínate si yo me quedaba con el reloj?

Diomiro De cillia

En memoria de Diomiro De Cillia

Siempre guardé esta historia en mi memoria. La que lo pintaba de cuerpo entero. Un ejemplo de honestidad y hombría de bien. Porque fue una guía en mi camino, en su recuerdo lo será para mis hijos y esta reseña es como una especie de honra hacia su memoria.

Diomiro De Cillia y su hijo Hernando De Cillia
Diomiro De Cillia y su hijo Hernando De Cillia

Sin embargo a esta historia le falta un final. Y vaya a saber si algún día podré conocerlo:

¡Daría cualquier cosa por saber cuál era el nombre de aquel farmacéutico!

¡Daría cualquier cosa por volver a tener al lado al viejo! Para que me diga porque nunca me contó que existía una canción que se llamaba “O Bella Ciao”…

En memoria de Diomiro De Cillia,

Su hijo Hernando.

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